Annabel (NO OFICAL) by Lauren Oliver

Annabel (NO OFICAL) by Lauren Oliver

autor:Lauren Oliver
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Juvenil
publicado: 2012-08-09T22:00:00+00:00


Entonces

La chica detrás de la registradora me estaba dando el ojo de pez.

—¿No tienes identificación? —Dijo.

—Ya te dije, la dejé en casa. —Me estaba comenzando a poner ansiosa. Tenía hambre, siempre tenía hambre en ese entonces, y no me gustaba la forma en que la chica me estaba mirando, con sus grandes ojos saltones y el parche de gaza en su cuello, casi mostrando el procedimiento, como si ella fuera un héroe de guerra y esta fuera su herida que lo demuestra.

—¿Haloway es tu pareja o algo? —Volteó su tarjeta de crédito en sus manos, como si nunca hubiera visto una.

—Esposo —espeté. Ella trasladó sus ojos al lugar donde mi cicatriz de procedimiento debería haber estado, pero yo había peinado mi cabello cuidadosamente hacia delante y atascado un sombrero de lana sobre mis orejas, así el cuello completo estaba oculto. Cambié mi peso, y me di cuenta que estaba demasiado inquieta.

Escena: Supermercado IGA en Dorchester, tres días después de la redada en lo de Rawl. Apilado en la cinta transportadora entre nosotras, el origen de toda la tensión: una lata de cacao instantáneo, dos paquetes de fideos secos, ChapStick, desodorante, una bolsa de papitas. El aire olía pasado y a levadura, y después del brutal viento de las calles, la tienda se sentía caliente y seca como en el desierto.

¿Por qué use su tarjeta? Hasta este día, no lo sé. No sé si estaba siendo demasiado confiada, o si, por un momento, quería pretender: pretender que no estaba escapando, pretender que no estaba allanada con otras seis chicas en un sótano no terminado, pretender que tenía un hogar y un lugar y una pareja, como ella, como todos debían.

Quizás ya estaba un poco cansada de la libertad.

—No debemos aceptar tarjetas sin identificación —dijo después de un largo minuto.

Nunca la olvidaré: ese flequillo negro, los ojos tan indiferentes, tan planos, como canicas—. Si quieres, puedo llamar al gerente —lo dijo como si me fuera hacer un favor.

Campanas de alarma se dispararon en mi cabeza. Gerente significaba autoridad, que significaba problemas —¿Sabes qué? Olvídalo.

Pero ella ya se había dado la vuelta.

—¡Tony! ¡Eh, Tony! ¿Alguien sabe a dónde se fue Tony? —Luego se volteó hacia mí, exasperada—. Dame un segundo, ¿vale?

Fue ahí: una decisión en una fracción de segundo, en el momento en que abandonó la registradora y se fue a buscar a Tony —un respiro de treinta, quizá cuarenta segundos. Sin pensarlo, metí el ChapStick en mi bolsillo, empujé las papitas y los fideos dentro de mi chaqueta, y me largué. Estaba a unos pasos de la puerta cuando la oí gritar. Tan cerca de la calle, de la explosión de aire frío y de un manojo de gente indistinguible. Tres pasos, después dos… Un guardia de seguridad se materializó enfrente de mí. Me agarró de los hombros. Olía a cerveza.

—¿A dónde crees que vas, damita? —Dijo.

Dentro de dos días, estaba en un bus de vuelta a Portland. Esta vez mi hermana, Carol, estaba conmigo y, para mayor seguridad, un miembro de



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